La honesta e incansable vicepresidenta
Por: Pierre Edinsson Díaz Pomar
En 1997 Marta Lucía Ramírez, la actual vicepresidenta del gobierno de Iván Duque, pagó 150.000 dólares de fianza en Miami para que liberaran a su hermano arrestado por tráfico de heroína. La suma no es nada insignificante si recordamos que en ese año el salario mínimo mensual en Colombia era de $172.000 (ciento setenta y dos mil pesos), es decir, la vicepresidenta pagó lo equivalente a casi mil ciento cincuenta salarios mínimos de ese entonces -en 1997 un dólar costaba 1.310 pesos colombianos- y se movió astutamente para que el hecho que involucró a Bernardo Ramírez con el contrato de dos “mulas” a las que esperó en Miami, no fuera conocido por los medios, pues solo 22 años el país se enteró de lo sucedido.
No es la única vez que la vicepresidenta tiene cercanías con el narcotráfico. Hace poco más de dos meses Colombia se enteró de los negocios que ella y su esposo han sostenido con “Memo fantasma”, un delincuente que iniciando su actual criminal con el cartel de Medellín, a mediados de 1990 se adueñó de un cargamento de droga con el que montó su propio negocio en Estados Unidos, luego enfiló el ejército paramilitar Bloque central Bolívar, amistó con la empresa sicarial La oficina de Envigado, y por último montó ACEM, su empresa de bienes inmuebles con la que trabajó mancomunadamente con Hitos Urbanos, la empresa inmobiliaria de la vicepresidenta y su esposo.
Aunque el presidente Iván Duque cada día sorprende con una sandez inédita o una nueva fechoría que hacen que fácilmente la gente olvidé lo que el gobierno enfangó el día anterior, los últimos días los medios de comunicación y especialmente las redes sociales han manifestado la indignación por lo sucedido al punto de que son varios los sectores sociales y políticos que exigen la renuncia de la funcionaria. Ante los cuestionamientos por el caso de su hermano, el viernes la viceministra en entrevista con CNN expresó que lamenta que sus enemigos políticos “acudan a la bajeza de estos ataques contra una mujer que lo único que ha hecho es trabajar honestamente y sin descanso”. Sobre sus declaraciones, en honor a la verdad hay que aceptar Marta Lucía Ramírez no miente, pues no es secreto que muchas/os delincuentes trabajan arduamente y su trabajo lo desempeñan con gran pudor y recato.
Jhon Jairo Velásquez alias “popeye” fue jefe de sicarios del narcotraficante Pablo Escobar Gaviria. “Popeye” murió firme en sus convicciones de matón. Hace varios años en entrevista con Federico Arellano, cuyo padre murió en la explosión del avión de Avianca en 1989 causada por el cartel de Medellín, popeye sostuvo: “estábamos defendiendo una idea que era de Pablo Emilio Escobar Gaviria, para nosotros era un gran líder (Pablo Escobar), para nosotros era un Dios y el que fuera con nuestro líder, contra nuestro Dios, nosotros íbamos contra estas personas.” Y a la pregunta de Arellano de por qué matar a un inocente como su padre, popeye respondió: “ Pablo Escobar no pensaba que ahí iba su padre, a Pablo Escobar no le importaba la vida de su padre, a nosotros no nos importaba la vida de su padre”.
De las palabras de popeye se infiere una conclusión que permite entender el funcionamiento de un gobierno delincuencial como el que actualmente preside a Colombia: los y las criminales obedecen a la lógica criminal a la que se deben, su principio máximo de vida es la obediencia al líder, al Dios terrenal; para el/la delincuente la obedeciencia es un elemento fundamental de la lógica criminal que rige a la organización a la que se debe como bandido.
Como criminal, popeye defiende y valida la institucionalidad delincuencial, por eso para él Pablo Escobar, el narcotráfico, la guerra, el paramilitarismo, los carteles y la narcoparapolítica son organizaciones virtuosas y necesarias para la sociedad. En la misma entrevista popeye le dirá a Arellano: “usted es bueno y piensa como bueno, yo era totalmente malo y si lo quieren considerar que sigo siendo, yo pienso que los demás son malos (…), esa es la naturaleza de uno”.
Como popeye, en la película maniquea que tienen en su cabeza las/os delincuentes del actual gobierno de Iván Duque, ellas/ellos son antagonistas de la democracia porque una forma de gobierno que garantiza y materializa el protagonismo ciudadano, es vista como un régimen contrario a los objetivos programáticos de la minoría económica-política que dirige al gobierno nacional. En esta lógica dualista, lo que es bueno para el pueblo es malo para el/la político delincuente.
La alegría por la restitución de tierras, es la tristeza de los delincuentes que no aceptan que la tierra de los narcotraficantes y hacendados vaya a ser entregada a familias campesinas y comunidades rurales. La tranquilidad de vivir en paz preocupa al político/a delincuente que no soporta creer qué sería una sociedad sin guerra.
A su vez, la tristeza de las madres que perdieron a sus hijos en la guerra, es la alegría de los/as agentes delictivos pues quedan convencidos de que han cumplido con el deber, “a nosotros no nos importaba su padre”, dice el matón al hijo del padre asesinado.
En este sentido, cuando las/os delincuentes del gobierno de Iván Duque hablan y actúan, cada palabra pronunciada y casa acción realizada es una defensa a ultranza de los intereses y preocupaciones de sus patrocinadores (paramilitares, narcotraficantes, ganaderos como el ñeñe Hernández, etc.); todo lo que pronuncian, cada palabra, nombramiento, decreto y norma, corresponde a la gramática delicuencial que los gobierna.
Como popeye, para todos/as los delincuentes del actual gobierno nacional colombiano, sus valores, sus sentimientos, sus principios fundamentales de vida, sus más firmes creencias, sus más grandes tristezas y sus más temibles alegrías, su idea de ser honesto y de trabajar sin descanso, responden obedencialmente al conjunto de creencias que los/as constituye como delincuentes. Por supuesto que el/la delincuente puede dejar de serlo, pero mientras lo es, para él y para ella solo tiene validez, sentido y es digno de escucha aquello consagrado en el programa político y el organigrama delicuencial.
Retomando el caso del hermano de la vicepresidenta condenado en 1997 por tráfico de heroína, a las críticas y los cuestionamientos Ramírez respondió que ella es una mujer honesta. Dice el diccionario honesto/a se dice de una persona que es pudorosa, recatada, proba, y también es aquella “que actúa rectamente, cumpliendo su deber y de acuerdo con la moral, especialmente en lo referente al respeto por la propiedad ajena, la transparencia en los negocios“.
¿Hay alguna duda del actuar recto y pudoroso y del cumplimiento del deber de acuerdo a los principios del programa delincuencial al que responde la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez? La vicepresidenta ha sido honesta: basta mirar su hoja de vida con casi 30 años dedicados a la actividad política del país, para confirmar que ella ha cumplido a cabalidad con la agenda antidemocrática de los gobiernos con los que ha trabajado: Viceministra de comercio exterior en el gobierno ultraneoliberal de César Gaviria Trujillo (1990-1994), ministra de Comercio exterior en el gobierno conservador de Andrés Pastrana (1998-2002); ministra de defensa en el primer año del gobierno de derecha radical de Álvaro Uribe Vélez (cargo por el que está siendo investigada por “Orión”, la operación militar declarada por la Corte Interamericana de Derechos Humanos como delito de lesa humanidad en la que fueron asesinados civiles); senadora (2006-2009) por el partido de la U, y vicepresidenta desde agosto de 2018 de Iván Duque. Como Marta Lucía Ramírez, todos estos gobiernos actuaron rentamente de acuerdo a las directrices establecidas por sus financiadores, cumplieron su deber como funcionarios que respondieron con las obligaciones y responsabilidades impuestas por sus patrocinadores, y actuaron conforme las ideas del bien y del mal que manejan sus promotores, es decir, fueron honestos a su manera.
Marta Lucía Ramírez se defiende de las críticas por el escándalo de su hermano afirmando que ella es una trabajadora incansable. Y no miente: además de dedicar jornadas enteras para defender decididamente a los gobiernos con los que ha laborado, la actual vicepresidenta del país ha sido consultora independiente, presidenta de entidades financieras y de gremios privados; en 1997, año del pago de la fianza de su hermano, Ramírez fue la presidenta de Invercolsa; fue integrante de la junta directiva del grupo Aval que financió la campaña presidencial de Iván Duque, y como lo demuestran sus relaciones con alias “Memo Fantasma”, ha sido una empresaria consagrada en el negocio de los bienes inmuebles. Queda claro: La vicepresidenta es una profesional dedicada a múltiples proyectos que no conoce la fatiga.
Ante las críticas a Marta Lucía Ramírez, varios políticos/as han salido a respaldarla. Humberto de la Calle twitteó que lo de la vicepresidenta es una tragedia familiar. Los expresidentes Álvaro Uribe y Andrés Pastrana también expresaron el apoyo a su exfuncionaria. Y Claudia López, la alcaldesa de Bogotá, no dudó en afirmar: “es una mujer entregada a Colombia”.
Para ellos (un oportunista, dos de los tres peores presidentes de la historia de Colombia, y una mujer interesada en llegar a la presidencia del país a como dé lugar) la vicepresidenta es una persona proba y trabajadora; para la gran mayoría del pueblo colombiano es claro que el segundo cargo más importante del Estado viene siendo ejercido por una persona que habla y actúa en contravía de los principios fundamentales que definen la vida en democracia.