Jorge Enrique Oramas: la ternura de Los Farallones
Por: Pierre Edinsson Díaz Pomar
Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia, este hombre de vida sencilla y semblante dulce y bondadoso desde hace muchos años se interesó por el alimento y la vida digna y por eso decidió trabajar con campesinos/as caleños incentivando el cultivo de la quinua, el amaranto, los maíces en vías de extinción, el ajonjolí, la chía, miel de flores, las raíces y las plantas medicinales y los frutos de la región.
Interesado en reconstruir los lazos rotos por la guerra que tanto miedo y desconfianza deja, el profe empezó a hablar de apoyo nutricional solidario y puso a andar su proyecto de soberanía alimentaria con charlas, talleres, caminatas, cursos de gastronomía soberana, cultivos colectivos y acciones que además de mejorar la vida de la gente dejaba en claro la importancia del mundo rural y la defensa territorial.
Con el tiempo, en la Vereda sus vecinos y vecinas lo empezaron a considerar un ejemplo a seguir. Por su parte, él quería seguir la vida de sus vecinas y de sus vecinos del campo.
Jorge Enrique Oramas fue un defensor de la vida. A través de su fundación Biocanto llevaba más de 10 años trabajando en Los Farallones, en la zona rural de Cali, cultivando y procesando productos ancestrales y orgánicos de la región con las/os campesinos, acciones necesarias para poner en práctica lo que ellos/as llamaron la filosofía de la alimentación para la vida: “Para nosotros se constituye una obligación, un deber moral y ético, trabajar con agricultura que regenere la tierra, que la recupera, que sea una agricultura orgánica, que no tenga agroquímicos y agrotóxicos, una agronomía que sea para la vida” dijo hace tres años Jorge Enrique en un programa de cocina artesanal dedicado a la quinua, grano en el que era un experto nacional.
Este trabajo rural siempre estuvo articulado con sus convicciones animalistas, la defensa de las poblaciones indígenas, su lucha contra los transgénicos, la defensa de la paz, el agua y del territorio, lo que lo convirtió en un firme opositor a la minería ilegal en la región.
El parque Nacional Farallones, el hábitat del querido Oramas, se ubica en la cordillera occidental de los Andes y por su belleza geográfica y por su diversidad vegetal, silvestre, hídríca y faunística es la reserva natural más importante del suroccidente colombiano.
En este parque nacen treinta ríos, entre ellos seis de los siete que surten de agua a Cali, la capital del Departamento del Valle del Cauca, y su territorio es compartido por los municipios de Cali, Buenaventura, Jamundí y Dagua. De acuerdo a Parques Nacionales de Colombia, en los últimos años en esta reserva natural se han detectado 11 casos de explotaciones mineras dedicados a extracción aurífera y de materiales para la construcción.
Estas actividades exigen talar árboles, asesinar fauna y flora, contaminar la tierra y los afluentes hídricos con cianuro y mercurio y expulsar y asesinar a poblaciones rurales. Al ser un corredor montañoso estratégico, desde finales del siglo XX narcos, grupos paramilitares, el ELN y las FARC se han disputado el control del parque. El año pasado se registraron enfrantamientos entre las disidencias de las Farc y el ELN.
En un video compartido ayer domingo 17 de mayo, Jorge Enrique expresó lo siguiente sobre el coronavirus y la dirigencia política colombiana: “La salud está en una vuelta fundamental a la naturaleza. Las élites de este país, los gobernantes de este país se bañan, se colocan trajes de etiquetas, se lavan sus manos para aparecer limpias, pero están llenas de sangre igual que sus corazones y sus conciencias.
La gente tiene que actuar (…) tiene que no perder el sentido crítico de la vida, este no es un problema individual sino colectivo”.[1] Dicho esto, en la noche del sábado 16 de mayo Jorge Enrique Oramas fue asesinado con bala de fusil -el arma típica de la guerra- en su finca ubicada en el Corregimiento Villacarmelo, Vereda La Candelaria, en Cali.
El líder ambiental le caía bien a todo su Vereda. “No le hacía mal a nadie, no mataba ni una mosca”, dijo hoy en la madrugada alguien que lo conoció. Jorge Enrique Oramas tenía 70 años y con él ya son cien los líderes asesinados en el 2020.
El 7 de agosto de 2018, día de la posesión de Iván Duque como presidente de Colombia, fue asesinado Uriel Rodríguez, líder campesino de Cajibio Cauca. Desde ese día hasta hoy, han sido asesinados/as 168 líderes sociales. En lo que va de cuarentena por el coronavirus, en Colombia han sido asesinados/as 20 líderes sociales.
A pesar de las numerosas denuncias que las comunidades, las organizaciones sociales, los partidos de oposición política y varios organismos internacionales han hecho sobre las amenazas existentes contra los/as líderes sociales, el gobierno nacional no ha hecho nada para evitar el genocidio.
Y no hará nada, pues actuar en defensa de la vida de los líderes/as sociales sería contradecir la política de la muerte que caracteriza al grupo narcotraficante, político, empresarial y paramilitar que que puso a Iván Duque como su presidente.
Jorge Enrique Oramas fue fusilado por cobardes pagados por pusilánimes. El amante de Los Farallanes era amable, bondadoso y sobre todo tierno, es decir, tenía esa capacidad única y excepcional de expresar el amor “de manera tranquila, bella, firme y serena”. No es valiente quien dispara a la ternura.
El sábado en la noche los cobardes le dispararon a la ternura. Sin embargo, y a pesar de la bajeza del asesinato, en los momentos difíciles de la actual coyuntura colombiana, los rostros, los gestos y los actos bondadosos de gente como Jorge Enrique deben ser más importantes que el ruido estrepitoso de los fusiles que una vez más quieren imponer en el país el miedo y el silencio como condiciones únicas de existencia.
La apología del mal y de la guerra que sustenta el actuar de los asesinos de Jorge Enrique, ha empezado a perder terreno ante la evidencia de que defender y alabar un discurso de ese talante implica irrespetar la muerte y devaluar la vida. Por eso en Colombia los señores/as de la guerra están desesperados, porque cada día que pasa su fanaticada disminuye al confirmar que sus líderes son grandes criminales que roban, asesinan, corrompen, evaden impuestos, desplazan a la gente de sus tierras, son paramilitares y narcotraficantes, asesinan con cianuro a testigos claves y entierran en fosas comunes a inocentes que hicieron pasar como guerrilleros.
Contra los sicarios y sus patrones, hoy la ternura de Jorge Enrique Oramas nos debe recordar que los señores y las señoras de la guerra son seres vergonzantes para cualquier sociedad que se considere digna. Contra la apología del mal y de la guerra pregonada por los/as enemigos de la paz y convertida en el último lustro en el credo orado compulsivamente por las cada vez más disminuidas mayorías uribistas en Colombia, hoy vindicamos vidas que como la de Jorge Enrique han sido dedicadas al campo, al agua y al cultivo del conocimiento, de la quinua y de la alegría.
Por el amor a la vida digna, hoy debemos encontrarnos sobre el anhelo del ocaso de las/os guerreristas, y por eso una vez más rechazamos el ruido de aquellos que gobernados por la arrogancia han hecho del asesinato de la vida sencilla su única y patética herramienta de expresión histórica.